
Y allí la vimos: hermosa, escultural. Perfecta, como la Santa Hipocondria, aquella de los muslos firmes y el busto sutil. Era ella equilibrio y pulcritud, una mujer impresionante. Con mi ámig tras alabarla contumazmente, incansables, derrochando con porfía halagos hacia su hermoso cuerpo y dotes, decidimos acercarnos a tan perfecta creación.
En nuestro camino hacia esa promesa de néctar y ambrosía se interpuso ÉL. De los cielos se abalanzó el SÁCERDOT, the one and only, the únic, the glorious, unpromiscuous, ímpolut and grácilous Sácerdot. Con una fuerza fugaz y estupefaciente nos arrancó el velo delante de nuestros ojos. Y vimos su escencia: un horrendo monstruo mórbido y desagradable, de rasgos vomitivos, rugosos, obscenos, que nos hicieron perder toda inocencia. Gracias a su Santísima Intervención evitamos el calvario que seguramente nos hubiese provocado un contacto íntimo con semejante deformidad.

Y ahí pasó, volando con sus alitas benedictianas, bendito él, oh, benditos nosotros, porque de él emergieron las luces desde las tinieblas, porque de él salió la claridad y el entendimiento, porque él es la sal, la matriz, el seno que nos amamanta día a día con su sacro jugo genital. Porque ÉL, señores míos, es EL SÁCERDOT.
