Sunday, 9 August 2009

Las aventuras de Vlad y Andrei

Cantos empalagosos y un rufián que se regodea mediocremente entre un trío de viejos mediocres, un negro (que decía “esto hay que disfrutarlo de a muchos”) y una pareja de viejos andorranos y hartos fascistas. Vacío generacional. La risa empieza a volverse incontenible y nos vamos, porque ya era.
En el camino, aparece el recuerdo de los gremlins down, y atravesamos un pasadizo mágico por debajo de la intendencia. ¡Por Dios! ¡Un pasadizo genial! ¡Increíble! Y a su vez una aberración arquitectónica. Entonces, saliendo de allí, un auto para en seco. Un signo ausente de mi banco semiótico: una mano sobre un volante que se mueve intermitentemente hacia un lado y hacia el otro. Deducir el signo lleva una eternidad, y ahí sí, viene un “dale, vamos”, pero con Tincho ya habiendo terminado de cruzar.
Colosal, imponente, se yergue frente a nosotros el primer indicador de nuestra localización geográfica: el MGAP, cuadrado, bombardeado, repleto de hollín. Estamos en Europa del Este, no cabe ninguna duda. No importa donde; seguramente en Bielorrusia, Rumania o la ciudad de Bratislava. Tincho es Vlad, y yo soy Andrei.
Tomamos entonces una cámara para registrar el momento y las vivencias. Es de noche, con gente que nos mira fugazmente y atraviesa nuestros lados, justo como ocurre en Europa del Este. Nos topamos con un grupo de hinchas del Inter de Bratislava, y justo unos instantes después vivimos el momento Fellini de la película. La iluminación es amarillenta, justo como ocurre en Europa del Este. Atravesamos la Avenida Moscú anonadados por los sistemas de señalización de tránsito, y por no poder creer lo perfecto que era todo en nuestra nueva locación.
Ingresamos a la típica feria de la plaza de la Glotska, donde se venden todo tipo de artesanías y baratijas típicas, y conocemos la imagen del prócer de la Glotska. De inmediato nos topamos con el límite fronterizo entre el barrio Glotska y el Vlatz, el barrio marroquí donde los comercios de mala muerte abundan. Probamos una deliciosa hamburguesa del bajo Vlatz, mientras contamos cuántos burniks nos cuesta la misma. “Ponele un poco de todo”, dice Vlad para no pensar, y al instante se arrepiente (aunque sólo un poco). Andrei selecciona, aunque con un criterio muy deficiente que le hace granjearse unas miradas dubitativas por parte del dueño del comercio. Pagamos los burniks y nos vamos, hincando los dientes en el pan y en la hamburguesa, felicitándonos por nuestra elección.
Continuamos camino por el Vlatz, aunque ahora por el bajo Vlatz (el Muurdenvlatz), en un territorio un poco más complicado en lo concerniente a seguridad. Allí nos topamos con la Muurdenvlatzstation, desde donde salen los trenes rápidos a Travlinka. En ese momento Vlad saca un nylon e intenta arrojarlo a un recipiente de botellas plásticas; pero no, en ese lugar solamente se arrojan botellas, tal como muestra la figura. Luego, Vlad intenta arrojarlo a un recipiente de bolsas de leche; pero no, como bien dice en el exterior del recipiente, allí se tiran bolsas, pero sólo envases plásticos de leche, de esta manera*.
Llegamos a nuestro recinto, un espectáculo típico del Muurdenvlatz, en el que una artista local ofrecerá una performance sosegada y tranquila. Allí el público es de edad avanzada, y Vlad se siente muy incómodo y observado. Por su parte, Andrei mataría por probar una Troplova, la cerveza típica de la región, y lo celebra repitiendo el reclame de la cerveza que vio hace un rato en la televisión: Troplova, ahora con sabor a schümz. En eso, extrae unas pastillas mentoladas de su bolsillo, ante lo cual Vlad le recuerda la propaganda de las mismas: “Halls, mordren vlitsche”.


*En esta escena Andrei arroja sonriente una bolsa de leche ante la observación atenta de Vlad, que lo observa con gesto de aprendizaje.

Paseo por el Vladtz

En apenas unos segundos el Bar Andorra pasó a transformarse en el Baar Kistocika, atendido por sus propios dueños. El viejo Hrdlich Popovescu dirigía el local junto a su esposa Ingrüd, quien miraba la televisión tranquilamente tras el mostrador. El viejo Hrdlich charlaba con los parroquianos de la ciudad, que ahora era conocida como Vladtz. Pagamos nuestros Grappos y decidimos emprender el recorrido.

Bajábamos por el alto Vladtz, hermoso paraje de Europa del Este ubicado entre los ríos Plotinski al sur y Vovotshjka al norte. Las tenues luces amarillentas iluminaban los húmedos callejones de la ciudad. Mi compañero y yo estábamos teniendo hambre, así que decidimos caminar por la GloövenStraze y cruzar la avenida Rikhuidova, para adentrarnos en el bajo Vladtz, la zona oscura de la ciudad.
Arriba: Una biblioteka típica del Vladtz
Abajo: Jóvenes espectadores de lo ocurrido
Dicen que el bajo Vladtz es resultado del terrible régimen del gobierno autoritario de Küluchenko, "El Atroz", cuyas medidas económicas de paraíso fiscal y opulencia en el gasto público provocaron una implosión cortoplacista que generó un círculo vicioso de desigualdades para los que no había una planificación solvente, produciéndose un vacío jurídico importante y una declosión en las arcas del estado, cayendo involuntariamente en una situación que dejó a miles de Vladtzianos en la calle y dejando atrás el pasado glorioso que hoy es un simple recuerdo en la idiosincracia del Vladtz.

Pero volviendo a la travesía, podemos decir que el monumento al gran poeta Rivodnika Kössich es la escultura en hierro más abominable de la ciudad, emblema simbólico para la justa división entre alto y bajo Vladtz. Atravesamos la plaza donde se hallaba ese monumento (justo estaban armando la feria artesanal de Golagt (punto turístico de relevante importancia, que ofrece las más variadas mercancías tradicionales), con sus clásicas tiendas de toldo blanco) e ingresamos a la zona oscura del bajo Vladtz.

Llegamos a un típico puesto ambulante que tienen muchos inmigrantes ilegales del bajo Vladtz que se dedican al negocio de la gastronomía barata y accesible (las políticas bromatológicas no eran muy respetadas en esa zona, puesto que el Ministerio de Salud e Higiene del Vladtz no alcanzaba con sus controles a dicho barrio (nadie sabe si por temor o por negligencia (las cosas estaban muy bravas desde la crisis de Küluchenko, "El Atroz"), pero lo cierto es que los controles de calidad eran escasos), además los corruptos inspectores se arreglaban fácilmente con un puñado de glinks (la moneda local) y la mayoría de los negocios se tomaban todas las libertades que quisiera en cuanto a respetar o no los parámetros de un negocio digno). Nos alimentamos con unos clásicos salchichones de Blintz, plato no tradicional a base de carne cruda, cebolla y pimientos introducido por los inmigrantes en los años 90 que adquirió una rápida popularidad.

Bien alimentados por la suculenta y sabrosa comida, decidimos continuar nuestro camino hacia el concierto de Dinlotcha de Knoòrrikka, una vieja cantante de Bodeville que volvía a las andadas con una presentación única en la sala de actos Das Trastinken, nuevo complejo del bajo Vladtz. La cantante deleitó a todos los allí presentes interpretando canciones tradicionales del compositor Edvard Mitke, aunque se debe reconocer que la presentación fue completamente arruinada por su citarista acompañante, quien tras histriónicos movimientos innecesarios llegó a irritar sobremanera al público allí presente. Muchos de los oyentes le arrojaron vidrios y trozos de hierro al citarista, quien se desangró inmendiatamente en el escenario. El concierto tuvo que ser cancelado por las fuerzas de seguridad, seguido de los aplausos del público tras el linchamiento al pseudo trovador aniquilado.

Una noche mágica, sin dudas, como deben ser todas las noches del Vladtz.
Nota: los hechos narrados en esta crónica quizás no ocurrieron como tales exactamente. Muchos datos fueron removidos del córtex cerebral del narrador y tuvieron que ser reinventados a los efectos de dar verosimilitud a lo ocurrido, pues su percepción quedó totalmente obstruida luego de salir del Bar Andorra.